lunes, 28 de abril de 2008

Trascendentalismo Tuning

En algún momento primigenio debió de existir un Mesías del Run-Run, adventor de un Dios de las Grandes Cilindradas. Sólo así cobra sentido la afirmación de nuestra mentora riotinteña: “El Tuning se lleva por dentro”. La risueña muchacha no quiso apropiarse de la autoría de tan elocuente parlamento y, ante la respuesta estupefacta de nuestros rostros, se la devolvió con olimpismo y elegancia a su marido.

Probablemente nuestra interlocutora, médium de un cónyuge ausente, no se refiriera más que a mejoras en guanteras y volantes, equipos de audio y alfombrillas, pero, ¿cómo resistirse a la embriagadora promesa de un Más Allá motorizado? ¿A la seducción de 120 W de potencia en línea directa con un Ser Ultraterreno? Impelida por las palabras de la muchacha, en nuestra imaginación se agolpan, como pelotas de golf levitando en el cosmos de un universo “customizado”, el enjambre de cuasi creencias y seudo espiritualidades con las que salvamos la sustancia viscosa, estéril y fastidiosamente intrascendente de nuestro día a día.

Leo en la Tuning pedia (http://www.tuningpedia.org/Portada): “El Tuning de vehículos es una de las respuestas hacia la creciente demanda desde hace unos años a la personalización de nuestras posesiones, para hacerlas de alguna manera u otra singulares.”

Tunea, my friend.

jueves, 24 de abril de 2008

Esclavos de la autenticidad (E-714)


¿Qué es la autenticidad (E- 472), amigos? Esta es la gran pregunta que nos hacemos en cuanto saltamos la frágil línea de nuestra rutina diaria antes de manifestar nuestro espíritu curioso de fin de semana. La búsqueda de la autenticidad (E-213) está testimoniada desde tiempos remotos, y en esta disyuntiva me encuentro en Ávila, en busca del Santo Grial, es decir, del Chuletón de Ávila.

Es viernes santo en una ciudad que se encuentra bajo el auspicio de grandes místicos, circundada por una descomunal muralla guardiana de su secreto cárnico. Curiosa contradicción la de aquella urbe, de tono místico y talante conventual, que homenajea la pasión de Cristo mediante la búsqueda de un bodego tradicional en el que la carne se mide en gramos de kilo (o kilos de gramo), y cuyo plato excede los centímetros de una mesa artúrica. Pero las hordas del peaje continuo no se cansan ante el reto que se les presenta, y los miles de infieles de la carne roja se agolpan por las calles atentos a un pupitre libre que los enajenen de su deuda con el dios de la autenticidad (E-342). Ya en la sobremesa, es curiosa la estampa del turistus borreguensis, que se distrae por las almenas de la muralla (ahí está de nuevo, el turrón de Jijona!!) para elevar su estómago pecaminoso y acercarse al todopoderoso, a menos de un par de horas de la salida de la cofradía del Santo Arrepentimiento.

En nuestro afán de poner una X en la casilla de nuestro encuentro con la experiencia auténtica (E-189), estuvimos a punto de abandonar nuestra fe en favor de un fast food orientalizante, a causa del bullicio. Pero ya cerca de la hora del café, dimos con par de sillas vacías en un semiantro del casco histórico con algunos chuletones aún en el fuego y, ¡Bingo!, ¡ya podemos canjear nuestro ticket y directos a la gloria extrema¡

Una vez me zampé aquel producto semichicloso, quemado, huesudo y estirado le pedí al venerable capataz de la hacienda juglar un listado con los ingredientes del churrasco arrepentido. Y el listado estaba formado por: edulcorante, emulsionante, emulgente, colorante, ternerizante, conservante, restaurante, tendonizante, simpatizante, chuletizante, dopante, etcétera. Una vez más me hago la gran pregunta: ¿Existe la autenticidad (E-000)...?

martes, 8 de abril de 2008

Circuito de Río Tinto. Fórmula 3000


La presentación:
“Bienvenidos a nuestro parque minero, pueden pasar y recoger sus tickets. Les damos este número para que se coloquen en la parrilla de salida y sigan a nuestra guía. Manténganse a la espera y atentos a los altavoces que el tour empezará en el momento en que ella eche mano de su furgoneta e inicie la caravana del dominguero”.


La previa:
Vuelta de reconocimiento, atentos a los tiempos y al mapa del circuito. (Quizás habrá que repostar a mitad de carrera…) Mejor colocamos el coche a la sombra para que no se calienten demasiado los neumáticos de nuestra cabeza y el queso del bocadillo. Breve refrigerio y búsqueda de nuestra posición en la línea de salida.


Miradas desafiantes de los participantes, preocupación por el recorrido e inseguridad de los foráneos. Alemanes, portugueses dudan de su lugar y no saben si podrán atender a la señal de salida.


La carrera:
¡Y si da la señal! Aparece la furgoneta azul y todos a seguir al líder, nosotros cogemos nuestra posición sin conceder ni un centímetro, pero los foráneos se despistan y tiene que andar derrapando por las calles del pueblo hasta tomarnos el rebufo.


“Sí, sí, síganme, por favor les conduciré por el túnel del tiempo hasta los misterios del metal (del vil metal porque pagarán una pasta por ello) y conocerán de primera mano los olores y los colores de nuestra bóveda de eucalipto y de nuestras manchas amarillentas”.


El recorrido:
Pensábamos que sería difícil de resistir con mucha curva de izquierda, muchos kilómetros de paciencia, mucha información que almacenar y hasta cascos de protección para los accidentes. Y nos damos cuenta de que sólo andaremos por la recta -a paso ligero, eso sí- avisados de no salirnos por el único escape de emergencia y de dejar para el regreso las miradas oblicuas y las escaleras en espiral.


Casi no escuchamos las explicaciones que nos transmiten y los pobres alemanes –sinsabores del correr en circuito ajeno- se contentan con fotografiar lo que pueden a falta de palabras comprensibles. Llegada a la boca del túnel y regreso, vuelta y vuelta como el solomillo y cuando queremos preguntar por la línea de llegada nos damos cuenta de que ya nos han bajado la bandera a cuadros y que estamos perdidos de la mano de dios, abandonados a nuestra suerte en territorio lunar pensando que habrían existido 2.999 fórmulas mejores de plantear esta carrera.


Mujeres al borde de un ataque de Nerva


Programados como una locomotora en celo a la hora del café, urdidos por la vorágine de la visita programada, urgentes como la foto instantánea de una estrella fugaz y hambrientos en medio de un desierto lunar; así se encuentra el Concilio, perdidos por el laberinto de una población del tardominerismo y en busca de un par de latas de medio gas que alivien la ingesta de levadura cálcica de finas lonchas de bocadillos a un euro que nos espera.

La visita a la cuenca minera ha comenzado con un susto matutino valorado en 17 euros: un museo mineiro, una antigua mina -un pasillo con olor a humedad, el casco que nos pusimos si era auténtico- y un trenecico a la hora que marca las 16 horas. Son las 15:15 de un sábado en el que las tiendas donde hay de todo han cerrado hasta la sobremesa, pero en nuestro afán de no morir a causa de una ataque de pan carente de jugo gástrico nos revelamos hasta el punto de preguntar a todo posible transeúnte –aún a riesgo de encontrarnos a discípulos de la religión militante a esas horas: Los evangelistas de la moto sin tubo de escape y del coche tuneado- de una tienda donde suministrarnos de bebidas y de un postrecico a la altura de nuestra visita.

Una vez perdida nuestra esperanza, y confiados en la ausencia de cloro de la fuente de un colegio próximo (previo salto de una verja testicular), se nos apareció un oasis en medio de ese paisaje lunar, el dorado que nos faltaba para cumplir nuestro deseo prevaporciano: una tienda de toda la vida, una especie de “todo a cien”, donde lo mismo te venden un cuarto de queso de leche de loba, que una docena de mirindas de naranja, que un ungüento de serpiente transiberiana o una lupa atómica antinuclear, impresionante! Impactados por la rareza de la situación y, después de una entrada marshaliana, nos dispersamos ante la marea humana que circundaba a la lozana dependienta. En aquellas horas intespectivas, los únicos seres vivos que pululaban por aquella localidad eran los nómadas del excursionismo que como nosotros hacían tiempo y algo más, pendientes del silbato timpánico del tren lunar.

La tertulia, que a esa hora se daba, parecía más bien una reunión del CSM (Consejo para el Destripe Semanal) para la evaluación de las infidelidades y los cuchicherios que a esas horas del final de semana ya se habían ejecutado sin previo aviso. Pero no era hora de entrar a debatir los asuntos internos de la población de Nerva, y empezamos a entonar un mea culpa para que el notario de la cortadora de chope nos colara entre la estirpe del corazón subterráneo. Eran las 15:45, y la señora que tenía el cetro parlamentario parecía adivinar la llegada del Apocalipsis, y amenazaba con dejar sin suministros la sección de charcuterías varias para alimentar a sus diecisiete hijastros y a sus veinticinco perros (legítimos, estos si). Después de que las señoras percibieran nuestro descontento e inquietud, se nos acercó la señora que nos precedía en la sobremesa tertuliana y nos entregó una cédula papal en la que nos legitimaban a ocupar el siguiente puesto en el orden del día, y de camino seguir con un rato más de tertulia social, aleluya, aleluya!!!!!!!!!!!!

Horas después de hacer la digestión, y en mi casa degustando aquella experiencia, me sigo preguntado: ¿Por qué no incorporar aquel paraíso humano en la visita programada y quitar la visita a la mina de cartón piedra (ocho euros de P.V.P)?...

Bambi en Marte


Imaginen que, por obra y gracia de la Madre Naturaleza, su código genético les ha dotado de una apariencia grácil, un hociquito tiznado y húmedo y unas orejas puntiagudas como dos picas de baraja inglesa. Imaginen que han abandonado la protección de la arboleda para bajar a desparasitarse a ese río que discurre como la perenne menstruación de la cuenca minera. A su alrededor, un silencio armonioso prefigura una jornada placentera pero, de repente, un rechinar de raíles acompañado de un traqueteo de vagones despiertan el agudísimo oído del que disponen por el propósito de esta historia. Su instinto animal les invita a clavarse en la lengua de tierra en mitad del río. Una vez más, lo innombrable, la hecatombe, el cataclismo: serpenteando la colina, el tren turístico.

Transfigúrense ahora, queridos lectores, en dedos que señalan, cuellos de los que cuelgan cámaras fotográficas y posaderas estacionadas en vagones tuneados. Podría ser Usted, por el propósito de esta historia, el guía del convoy disfuncional, o su compadre el maquinista, cuya camaradería no acaba de hacerse del todo inteligible dado el carácter guadianesco de la megafonía; o podría ser un integrante del grupete de parejitas portuguesas que, para disimular la falta de independencia connatural a los tiempos que corren y la edad que gastan, pasan el tiempo como pueden hasta la noche en que (¡máscaras fuera!) se consumarán esos polvetes allende las fronteras que constituyen el verdadero motivo del viaje; o podría tratarse Usted de uno de los miembros de esas parejas al borde de la jubilación, o del “Imserso Team” (daños colaterales del envejecimiento activo), que escenifican sin descanso el ritual de saludar a cámara, como si un imbécil de labio caído y baba en brazo de sofá fuera el único espectador posible para sus vídeos domésticos de nostalgia exprés; o bien podría Usted rejuvenecer para convertirse en uno de esos niños hiperactivos, sobrealimentados e infrahostiados que, en hora y cuarto, no se quedan sentados ni aunque los grapen al suelo.

La ilusión del juego con el punto de vista enfrenta, por el propósito de esta historia, dos miradas opuestas, y les plantea a Ustedes, queridos lectores, la respuesta a una disyuntiva, la solución para dos naturalezas en litigio. Mientras el tren se aleja cumpliendo a rajatabla los horarios del reloj turístico, ¿hacia quién mostrar empatía? ¿Qué ser? ¿Cervatillo en Riotinto o cérvido ocasional de chancleta fácil y Canon rápida? ¿Voluntario bóvido del fin de semana o Bambi en Marte?...