jueves, 16 de octubre de 2008

La dignidad de la última croqueta


Ubicatio:
Todo exceso tiene su límite en la vida y todo sendero tiene un precipicio desde el que observar el camino recorrido, y en el que meditas continuar por el qué dirán los demás. Es una situación parecida a la que sufre cualquier croqueta anónima en medio de un campo de batalla de platos, vasos, tenedores, servilletas, palillos de dientes, móviles de penúltima generación, etcétera, numerados por la racionalidad de la carta del tabernáculo. Pero quiero dejar bien claro que esa croqueta podría ser una aceituna, una albóndiga o un crustáceo de las Islas Margaritas; el resultado es el mismo, el abandono malintencionado de una criaturita creada por el todopoderoso para saciar el instinto del estomago ansioso.

Yo, la croqueta:
Desde mi más modesta capa de pan rayado y huevo y desde la óptica circundante que me da mi aspecto redondil, reivindico mi inocencia y mi carácter indulgente por ser la última croqueta de este plato. No merezco ser observado con ojos mendicantes y ajenos a la gula consciente tras la desaparición de la penúltima croqueta ¿Qué milagroso acontecimiento ha ocurrido para que los amenos comensales hayan abandonado su patán cometido en aras de la conversación post-moderna?

El tránsfuga:
Las miradas se vuelven paralelas a nuestros contrincantes transgénicos y las posaderas alimentarias pasan a un segundo plano. La conversación se vuelve filo-interesante y los estómagos se centran en su particular centrifugado. Pero desde lo más hondo de mi ser mandril siento la llamada del dios de la posguerra y no dudo en romper la pulcritud del momento mientras meto el hocico en la mesa. Se hace el silencio, la conversación se vuelve intrínseca, las miradas se entrecruzan mientras me crucifican por mi acuciante falta de decoro y me convierto en un ser mesiánico para elevar al Olimpo de la dignidad mínima a la última croqueta...