domingo, 6 de julio de 2008

Hermafrodito en Almedinilla

Una conjunción de coordenadas precisas, el tapiz de un mundo minúsculo en el secarral de la subbética. Leves motas oscuras que se agrandan hasta diferenciarse de los árboles y los accidentes del terreno. Figuras indefinidas que, con parsimonia, toman forma; se revisten de prendas livianas, se calzan con aparatosas botas y se aferran a sus útiles más preciados: cepillos, palaustres y barreños. Los cuerpos adquieren rostros, los rostros facciones marcadas, como pliegues en el barro, relieves de un friso. Una gota de sudor se desliza desde el cabello por el trampolín de una nariz de topo. Hermafrodito, con la prudencia altiva de una semi-deidad castellano-manchega, se yergue bajo el sol inclemente, se aparta las puntas de su media melena y se ajusta las gafas. Lanza a su alrededor una arrebatadora mirada miope que captura a grupo y escenario. El becariado dobla la espalda. Bienvenidos al campo de trabajo.

Hermafrodito, al igual que el resto de voluntarios, ha aprendido a tomarle el pulso a Almedinilla, a su inmisericorde termómetro y sus pronunciadas cuestas. La rutina se despliega en inamovibles hitos, desde las rutas en furgoneta al acuartelamiento nocturno en la escuela. Pero también queda tiempo para flirteos, coincidencias y cuchicheos; los hay que prueban la resistencia de algún camastro con la gimnasia alegre de la compañía, los hay que discurren, refutan y opinan sin dejar de fumotear parapetados tras tres o cuatro cervezas, los hay que no abren la boca, y los hay, como nuestro sujeto divino, que batallan con su propio cuerpo. Así se escapa el verano.

El calor hace añicos el sueño, sólo resta trasnochar y entregarse al copeteo. Desde calle arriba, a unos metros de la terraza donde los voluntarios charlan de nada en particular, llega el estruendo de una boda: el punchi-punchi ayuda a escupir abuelas por las puertas del salón de celebraciones y en un rincón los más traviesos, con las corbatas dislocadas, lían algo para fumar. Hermafrodito es el punto de fuga de esta escena, la presencia calma de género impreciso. Por las protuberancias de su camiseta, cabría esperar de él un abrazo mamario y esponjoso. El sueño acude en su busca, así que se despide del grupo. Ahí va subiendo la calle de camino al colegio. Atrás deja los ecos de su acento, esa especie de dicción hacia el interior, y esa forma de decir “Ciudad Real” que no puede olvidarse fácilmente. En un momento dado, su sombra se pierde en una esquina y enfila el resto del camino de este, su veleidoso verano intersexual.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermafrodito, figura extrañable que emerge cada verano de los subterráneos del misericordioso universitario en busca de un enjambre de piedras antiguas amenizadas con la maestría de nuestro gran mentor, el gran Emilio...