domingo, 31 de agosto de 2008

Tribulaciones del sol poniente

Rigurosamente distribuidos en un epicentro adulto y desmadrado donde circulan jotabés y bacardíes y un extrarradio infantil en el que hay que contentarse con cubo y pala y la promesa de una pronta vuelta a casa, el grupo se dispone a repetir el glorioso fin de fiesta de toda jornada estival: el atardecer en playa ajena. El exaltado conjunto lo componen una sucesión de parejas ya bien rodadas: oriundos de la capital, inquilinos del norte, amiguetes del sur y apasionados del “esta noche no cenamos en casa”, desde la señora morena que lanza colillas con la solvencia de un arquero y el pureta entonado batiendo palmas a lo macaco, a la émula de la Obregón que luce escote dando saltitos en la arena para zafarse de la meona rubita que se le viene encima. La actividad de la gran familia no pasa desapercibida para el resto de asistentes a este simulacro ibicenco. ¡Oh, catástrofe!, a alguno hasta se le ha aguado el mojito.

A través de la megafonía la honorable dirección del chiringuete sugestiona a los presentes (incluidos nosotros) de cara al gran momento por medio de una cuidadosa selección de melodías vocales y retazos operísticos. Uno ya no sabe si esperar una puesta de sol o la llegada de una nave alienígena. Por si acaso, el personal desenfunda las cámaras de fotos y los móviles 4 jotas cual pistoleros en el OK Corral. El grupete pide, con muy malos modos, una nueva ronda de brebajes, solos con hielo, avanti tutti, cogorza in crescendo, como la pieza musical sincronizada al segundo con el devenir cansino de un sol a la fuga. Antes de darnos cuenta, circundados de un éxtasis tan natural como una inyección labial de colágeno, el astro rey nos ha abandonado aturdido por la barahúnda de exclamaciones, flashes ululantes y móviles en grabación. En ese instante, el del justo final, nos asalta la hiriente certeza de que la ropa de baño es aún más ridícula vista de noche, la peña de urbanitas en pos del momentazo místico ha liquidado sus copas y la nena rubia da caza a su mami mojada hasta los tobillitos.

La progresiva y aplastante inclusión del teléfono móvil y sus insuperables cámaras VGA (a la par que los demás cachivaches de la nostalgia futura) en nuestra acontecer diario ha supuesto también para algunos un giro radical en la materia de la experiencia: vivir no para verlo o contarlo, sino para grabarlo; habitantes de la reproducción, testigos de la edición del enésimo golpe de mano de un trilero, eternos espectadores de la reposición. Posibles pensamientos todos de la prórroga en un chiringuito del litoral en el que el sol ya no es más que una celebridad de gafas oscuras que cumple su ciclo huyendo de la masa con un abracadabra y una carrera con la cara tapada hasta el interior de una limusina.

Aunque la comitiva desfila entre las dunas de vuelta a sus hogares, nosotros pensamos quedarnos un rato más, casi a oscuras pero con un nuevo mojito en la mano. Quién sabe, quizá esta noche el sol se dé la vuelta y nos regale algún bis.

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