jueves, 12 de marzo de 2009

Cura y culebra

Quizá el mundo se acabara en aquel instante y ni siquiera llegamos a percibirlo. Tal vez nuestras acciones de hoy apenas supongan las glosas de una historia finiquitada en un serpenteante camino por obra y gracia de cura y culebra…

La actividad precedente del a los postres heroico párroco rural no hacía presagiar la magnitud del evento: acompañado por una representación numerosa, variopinta y enérgica de familiares, bendecidos siempre por su mano sabia (e imaginamos que por sólida cartera), la última cena devino en enésima zampada, y si no había nadie a quien negar, o santo padre o hijo al que traicionar fue porque allí sobraron croquetas, filetadas y aliños.

Tras el almuerzo, el clérigo motorizado emprende a solas el camino de vuelta al pueblo. Afuera el sol se niega a parpadear y nos clava una mirada abrasadora de astro de la pantalla celestial. En uno de los recovecos del trayecto, nuestros destinos se cruzan con el suyo, o mejor con los de cura y culebra, tal es la ecuación. El cigarrillo en los labios y la camisa desabotonada (de estricto negro, eso sí) sitúan a nuestro co-protagonista ante su momento inefable en una facha de lo más mundana. Tardamos en averiguar el sentido de la escena: el cura ha detenido su coche para evitar el atropello de una inoportuna culebra que cruzaba la carretera, se prepara para socorrerla arremangándose bajo los 40 ºC de la sobremesa estival. Las bajas montañas circundantes se convierten en platea, surgen mil ojos inciertos: aquí se dirime un debate cósmico, cura y culebra. La ternura del padre nos predispone para el momento zoofílico, el encuentro definitivo entre el Bien y el Mal, el siervo de Dios frente a la serpiente malévola del Paraíso, la resolución a un conflicto de siglos. Nuestro coche les rebasa, cura y culebra, y los deja a solas en su trance más íntimo. Mientras se van convirtiendo en garabatos sobre la luna trasera, imaginamos un clímax en abrazo fraternal y pancósmico, la superación improbable de los cataclismos diarios.

Quizá el mundo se acabara en aquel instante y ni siquiera llegamos a percibirlo. Tal vez nuestras acciones de hoy apenas supongan las glosas de una historia finiquitada en un serpenteante camino donde se acallan fracturas tras gritos, concatenación de intenciones, tantos días indiferenciados, tanta saliva y tanto ruido.

Por obra y gracia de cura y culebra…

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