martes, 12 de febrero de 2008

Ventorro fantasma


En la encrucijada real e imaginaria entre las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga; a la hora crítica en que el estómago se aclara la garganta, nos encontramos con una venta en el margen del camino. Como contamos con la única referencia de un GPS para el que, pasadas las horas, aún no hemos abandonado el lugar de partida, torcemos y estacionamos en una entrada sospechosamente vacía. Todo sea por el bien de un festín especular. Sedientos de guiso, predispuestos al cuchareo, atravesamos el umbral y nos damos de bruces con una barra desierta en la que se acodan dos o tres lugareños frente a la camarera, una Nefertiti del solárium, con la tonalidad epidérmica de un Cola-Cao después de un susto. Nos invitan a penetrar en la inmensa pecera que hace las veces de comedor del establecimiento. Rodeados por la única compañía de un centenar de comensales incorpóreos, sentimos el mismo impulso de volatilizarnos tras consultar la carta, pulcramente impresa en edición bilingüe, español - inglés. Demasiado tarde, las bebidas ya vienen de camino. Nos cruzamos las miradas, las perdemos al otro lado de ese ventanal idílico junto al que aspirábamos a tener una agradable ingesta de garbanzos. La legión de comensales ausentes nos señala con dedos acusadores con los que parecen burlarse de nuestra torpeza infinita. Para cuando nuestra Nefertiti nos ronda de nuevo para tomar nota, ya hemos decidido cuál será nuestro único gesto para con esta posada: terminarnos las aceitunas. La camarera se retira incapaz de entender nuestro desencanto ante el precio de la carne de vacuno. Algún que otro cuchicheo al otro lado de la pecera, y del infierno de los fogones de esta fonda fantasma surge la cocinera, amable señora, con todo su empeño puesto en vendernos las virtudes de un plato de menudo antes de un partido de fútbol. Pagamos en la barra y dejamos atrás las sillas y mesas inéditas del comedor; también nosotros nos retiramos igual que ánimas perdidas en los montes. Nos excusamos como podemos, no sin cierta empatía por esa señora que enfila el camino de vuelta a las ollas y las cacerolas, sin quizá haberse planteado- como la Nefertiti del solárium o los tres holgazanes que se la intentan trajinar- la respuesta a una simple pregunta: ¿para qué cartas en inglés en una venta fantasma?...

No hay comentarios: