martes, 8 de abril de 2008

Bambi en Marte


Imaginen que, por obra y gracia de la Madre Naturaleza, su código genético les ha dotado de una apariencia grácil, un hociquito tiznado y húmedo y unas orejas puntiagudas como dos picas de baraja inglesa. Imaginen que han abandonado la protección de la arboleda para bajar a desparasitarse a ese río que discurre como la perenne menstruación de la cuenca minera. A su alrededor, un silencio armonioso prefigura una jornada placentera pero, de repente, un rechinar de raíles acompañado de un traqueteo de vagones despiertan el agudísimo oído del que disponen por el propósito de esta historia. Su instinto animal les invita a clavarse en la lengua de tierra en mitad del río. Una vez más, lo innombrable, la hecatombe, el cataclismo: serpenteando la colina, el tren turístico.

Transfigúrense ahora, queridos lectores, en dedos que señalan, cuellos de los que cuelgan cámaras fotográficas y posaderas estacionadas en vagones tuneados. Podría ser Usted, por el propósito de esta historia, el guía del convoy disfuncional, o su compadre el maquinista, cuya camaradería no acaba de hacerse del todo inteligible dado el carácter guadianesco de la megafonía; o podría ser un integrante del grupete de parejitas portuguesas que, para disimular la falta de independencia connatural a los tiempos que corren y la edad que gastan, pasan el tiempo como pueden hasta la noche en que (¡máscaras fuera!) se consumarán esos polvetes allende las fronteras que constituyen el verdadero motivo del viaje; o podría tratarse Usted de uno de los miembros de esas parejas al borde de la jubilación, o del “Imserso Team” (daños colaterales del envejecimiento activo), que escenifican sin descanso el ritual de saludar a cámara, como si un imbécil de labio caído y baba en brazo de sofá fuera el único espectador posible para sus vídeos domésticos de nostalgia exprés; o bien podría Usted rejuvenecer para convertirse en uno de esos niños hiperactivos, sobrealimentados e infrahostiados que, en hora y cuarto, no se quedan sentados ni aunque los grapen al suelo.

La ilusión del juego con el punto de vista enfrenta, por el propósito de esta historia, dos miradas opuestas, y les plantea a Ustedes, queridos lectores, la respuesta a una disyuntiva, la solución para dos naturalezas en litigio. Mientras el tren se aleja cumpliendo a rajatabla los horarios del reloj turístico, ¿hacia quién mostrar empatía? ¿Qué ser? ¿Cervatillo en Riotinto o cérvido ocasional de chancleta fácil y Canon rápida? ¿Voluntario bóvido del fin de semana o Bambi en Marte?...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué decisión tan difícil. ¿Cultura o barbarie?. Sólo que hoy día la naturaleza (si la dejan)es mucho más cultural que la barbarie turística..

Anónimo dijo...

Me alegra que alguien se pregunte ¿qué ser? Me gusta que se pueda empatizar con el "bobino" y con el cérvido...no es sólo literatura ocurrente y graciosa: hay un observador que sabe mirar...